Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario
El seguimiento es don
El pasaje evangélico de hoy tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera se nos narra el conflicto con los samaritanos. En la segunda los diferentes modelos de llamadas-respuestas al seguimiento y las contradicciones a las que está sometido el mismo.
La primera parte, la del conflicto con los samaritanos, nos previene contra la ligereza a la hora de hacer la propuesta evangélica: la acogida a Jesús. Bien podrían saber los mensajeros enviados por Jesús que difícilmente iban a aceptar los samaritanos, que defendían el culto a Dios en el monte Garizín frente al Templo de Jerusalén, acoger a alguien que se dirigía a la ciudad santa. Casi podría sonar a provocación.
Hoy podemos correr el riesgo de ofrecer el mensaje a quien no lo quiere escuchar, pero normalmente no suele ser con intención de provocar. Es más, hemos de denunciar que en nuestra sociedad la provocación viene de parte de aquellos que tratan de mofarse, con formas burdas, de muy poco gusto y absoluta falta de respeto, de las creencias y símbolos cristianos. Un atentado grave contra la pluralidad que tratamos de defender en nuestra sociedad.
No podemos obligar a nadie a acoger la propuesta evangélica, acoger a Jesús. Tenemos que asumir que pueda ser rechazada. No se puede imponer a la fuerza. La historia nos recuerda que es un camino que tiene poco recorrido y, además, a la luz del texto de hoy, poco evangélico.
No podemos ni debemos imponer, pero sí proponer. Es la misión que ha recibido la Iglesia. No puede dejar de anunciar a Jesús sin traicionarse a sí misma. La Iglesia debe proponer el mensaje de Jesús con palabras y signos. Debe hacerlo al estilo de Jesús: guiada por el principio de la misericordia.
No se trata solo de proponer un mensaje, sino también de vivirlo. Ahí es donde, en ocasiones, empiezan las primeras contradicciones del seguimiento: cuando rechazamos en lugar de acoger, cuando imponemos en lugar de proponer, cuando oprimimos en lugar de liberar. Esta es otra manera de rechazar a Jesús, precisamente aquellos mismos que nos decimos sus seguidores.
La segunda parte del texto evangélico de este domingo 13º del tiempo ordinario, nos presenta diversos modelos de seguimiento.
El primero, desde el voluntarismo: querer apropiarse del don de Dios. Seguir a Jesús no es primariamente fruto del deseo ni movimiento de la voluntad. Seguir a Jesús es responder a una llamada, a una propuesta previa. No es ir a tontas y a locas ni caminar a ciegas. Es aceptar el estilo de Jesús: estar dispuesto a todo y a prescindir de toda seguridad. Nos podemos sentir identificados con el voluntarista, sobre todo en la juventud, cuando estamos dispuestos a poner en juego nuestros mejores ideales. Poco a poco van emergiendo las contradicciones del seguimiento. Empezamos a pasar factura por todo aquello a lo que renunciamos por querer seguir a Jesús. Pesa más lo que creemos que hemos dado, que el don que hemos recibido.
Los otros dos modelos, el de los llamados que se excusan, nos pueden encoger el corazón. En el fondo nos podemos sentir reflejados en ellos. Nos cuesta el sí incondicional. Siempre tendemos a reservarnos algo, que además nos parece legítimo, como puede ser el enterrar al padre o despedirse de la familia. No es mucho lo que le piden a Jesús. Solo que les dé un poco de tiempo, que puedan diferir el seguimiento. Jesús conoce el corazón humano, siempre va a haber algo que nos excuse de seguirle, que legitime el diferir el seguimiento, que no nos entreguemos incondicionalmente a él y a la causa del Reino.
Malo sería si al meditar el pasaje evangélico de hoy pensáramos que está dirigido a los cristianos “de especial consagración”: curas y monjas, como se suele decir popularmente. Nada más lejos de la verdad. La llamada al seguimiento es para toda persona consagrada por el bautismo. Seguimos teniendo un hándicap importante: descubrir el don del bautismo, el don de la fe y que el seguimiento, antes de ser respuesta, es primariamente don.