Corpus Christi
La grandeza de lo pequeño
De pequeños aprendimos aquello de “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: jueves santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Ha cambiado el día: en muchos lugares Corpus y la Ascensión se han trasladado al domingo. También ha cambiado el modo de celebrarlo: en pocos lugares se conserva la procesión del corpus de forma solemne, bajo palio,… con ostentorios y custodias que a algunos les evoca más “las riquezas (económicas) de la Iglesia” que la riqueza que quieren mostrar: la Persona de Jesucristo.
Hay una sensibilidad que considera que fue un exceso el modo de adorar el Cuerpo de Cristo que se fue fraguando a lo largo del tiempo. Para esta sensibilidad, ciertas manifestaciones externas más que mostrar al Jesús del Evangelio, velaban su imagen y hasta escandalizaban. Entre tanto oro y tanta plata cuesta reconocer el Cuerpo de aquel a quien despojaron de sus vestiduras, por haber sido solidario con aquellas personas a las que se les había despojado hasta de su dignidad.
Puede que haya sido un exceso haber guardado tantísimo respeto y veneración a Jesús sacramentado en el sagrario y, a la vez, olvidarnos de las personas empobrecidas, sacramento de Cristo.
Creo que entre nosotros, me refiero de manera especial al País Vasco, el exceso fue en la dirección contraria. Alegremente desacralizamos tiempos y lugares, llegando incluso a crear confusión. Cambiamos las procesiones por manifestaciones, manteniendo una liturgia muy similar. En algunos casos banalizamos la presencia de Cristo en la eucaristía, a la vez que se sacralizábamos ideologías,… Pasamos del “Cantemos al Amor de los amores”, como canto por excelencia del Corpus Christi, al “Con vosotros está y no le conocéis”. No son antagónicos, ambos se complementan y se necesitan. Ambos se complementan y los necesitamos.
Hace unas semanas, mientras caminaba por Madrid camino de la estación, me encontré con una Parroquia muy original: la de San Antón. Fueron varias cosas las que me llamaron la atención. Un cartel decía: Aquí, si puedes… beber agua fresca; cambiar a tu bebé; reparar tu corazón (nada más entrar se podía ver que había un desfibrilador); hacer fotos (tan prohibido como está en algunas iglesias); utilizar el WC. Había otro cartel en el exterior que indicaba que contaba con servicio wifi gratuito. En el interior había otro, lo vi después, que informaba que también se podía entrar con la mascota.
Hecha esta descripción, se podría pensar que aquello menos una iglesia era cualquier cosa. Había otros dos carteles que fueron los que hicieron que no pudiese pasar sin entrar. Uno de ellos decía: “Iglesia de San Antón. La casa de todos. Abierta 24 horas”. El otro decía: “Bendición de la Puerta de los Sin Techo”. En la entrada principal había un cartel grande: “Puerta Santa de los sin techo”.
Al entrar pude ver a más de una docena de transeúntes, no tenían pintas de turistas, aunque llevaran mochila y saco de dormir o manta en la espalda, que se acercaban a la mesa donde había unos voluntarios que les servían café con leche, zumo o les daban algo para comer. Simultáneamente había varias personas que en sus bancos rezaban como si de una iglesia normal se tratara. En uno de los bancos también había un cura, de edad avanzada, confesando a una mujer joven. También había algún turista que merodeaba por allí o algún despistado como yo. Me dirigí a una de las capillas laterales donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento (imagen que acompaña a este comentario). Me puse de rodillas y entonces, al ir a fijar la mirada en el Santísimo, leí el cartel: “Solo ante Dios y un niño nos ponemos de rodillas”.
He de reconocer que me emocioné, que incluso alguna lágrima consiguió que no fuera del todo reprimida. En Cristo eucaristía, ese minúsculo trocito de pan, se me revela la grandeza de lo pequeño. ¡Con que poco se puede alimentar la fe, fortalecer la esperanza! Me emocioné ante Jesús sacramentado, pero también me emocionó saber que hay una iglesia que tiene sus puertas abiertas las 24 horas del día, para aquellos que no tienen casa propia ni puerta que abrir. En estos gestos, como los que hacemos cada día en favor de los otros, se revela la grandeza de lo pequeño.
Algunos piensan que la espiritualidad eucarística es algo del pasado. Tal vez en otra época tenía sentido ser “adoradores del Sagrario”, ¡¡pero hoy!!. Mirarse al ombligo, fijar la vista en el infinito, buscar el vacío, está más en consonancia con una espiritualidad que se quiera acomodar al nuevo paradigma cultural -en sentido todo lo amplio que se quiera- que está emergiendo.
La adoración eucarística es una práctica orante que nos invita a poner “fijos los ojos en Jesús”; es decir, a salir de nuestra autorreferencialidad que con tanta insistencia nos recuerda el Papa Francisco. No podemos ser autorreferenciales, nuestra referencia ha de ser Jesús, el Amor de los amores. Mirar a Jesús sacramentado nos ayuda a salir de nosotros mismos y, centrados en él, reconocer que “con vosotros está su nombre es el Señor… y pasa hambre y clama por la boca del hambriento”. Fijar la mirada y el corazón en el Tú de Dios nos lleva inexorablemente al tú de los hermanos, de los prójimos más próximos y también a los prójimos más lejanos.
Escuché por la radio que la parroquia de San Antón habilitó la víspera del Corpus unos salones para que los “sin techo” de Madrid pudiesen seguir por TV el partido de fútbol que había convocado a medio mundo en torno a la pantalla de TV, nuevo sagrario a través del cual se adoran a los nuevos ídolos. Fue un intento de cumplir el mandato de Jesús: “Dadles vosotros de comer”.