COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Santísima Trinidad

Comunión solidaria

A pesar de que desde el domingo pasado, fiesta de Pentecostés, retomamos el llamado tiempo ordinario, la solemnidad de hoy, Santísima Trinidad, y la del domingo que viene, Corpus, hacen que sigamos envueltos en ambiente de Pascua, que no deberíamos abandonar nunca.

Al celebrar la Santísima Trinidad hemos de confesar que celebramos más lo que vivimos que lo que sabemos racionalmente. Es más, cuando tratamos de entender con nuestra inteligencia qué es lo que queremos decir con eso de la Santísima Trinidad, o qué es Dios, casi siempre nos quedamos insatisfechos. Tratamos de poner algunos ejemplos que por analogía nos puedan acercar a la comprensión de Dios (los diferentes estados en los que se puede encontrar una misma agua), usamos algunas metáforas (las tres dimensiones de una misma realidad), etc. A pesar de nuestro esfuerzo, nos encontramos con la limitación de la mente humana y con la limitación de nuestra capacidad de expresión (y cuando conseguimos decir algo, somos conscientes de que no sirve para otras lenguas o culturas).

Nos cuesta entender el misterio de la Santísima Trinidad, aunque los que somos de una cierta edad lo aprendiéramos de memoria en la catequesis antes de hacer nuestra Primera comunión: “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.

Nos cuesta entenderlo. Sin embargo, el misterio de la Santísima Trinidad está presente de forma natural en nuestra vida. De niños aprendimos a santiguarnos en “el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Se dijeran en voz alta o baja, se verbalizaran o no esas palabras. Desde pequeños aprendimos a ponernos bajo el amparo del Dios Uno y Trino: al despertar, al acostarnos, al comienzo de la comida o de cualquier celebración, al salir de casa o al comenzar un viaje, incluso al pasar delante de la iglesia o cuando nos cruzábamos con un coche fúnebre,… cualquier momento y circunstancia era adecuada para hacer la señal del Dios en el que creemos.

Estas prácticas, ellas solas y por sí mismas, no nos tienen porque llevar a interiorizar el misterio de la Santísima Trinidad, pero sí a que Dios tenga que ver con nuestra vida ordinaria, con lo que hacemos y nos acontece en cada momento de nuestra vida. Eso es lo que cuenta, que nos sepamos-vivenciemos siempre en presencia de Dios. Tal vez no tengamos palabras para expresar esa experiencia o lo tengamos que hacer como el gran místico, San Juan de la Cruz: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre. Aunque es de noche. Su origen no lo sé pues no lo tiene, más sé que todo origen de ella viene”.

Dios es la fuente de nuestro ser. Confesarle como Padre, Hijo y Espíritu Santo no es una invención de la teología para complicar el acceso a la fe o para hacer ésta más incomprensible, cuando no irracional. Lo confesamos así porque es como se nos ha revelado en Jesucristo.

Hablar de la Santísima Trinidad es hablar de Dios, pero también es hablar de nosotros, las personas. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Es decir, nuestro pensar, querer y actuar están configurados según el pensamiento, el querer y el actuar de Dios. Somos felices cuando nuestro pensamiento, querer y actuar se adecúan a los de de Dios.

TrinidadLa Santísima Trinidad nos desvela que Dios es relación, es comunión de amor, es comunidad. No es un Dios solitario.  Nos sentimos llamados a la comunión, no a la ruptura o la soledad; estamos llamados a la comunidad, no al individualismo. Cuando nos encerramos en nosotros mismos, soledad o individualismo, no somos felices ni hacemos felices a los demás. Y es más que probable que introduzcamos relaciones de injusticia a nivel social.

La Santísima Trinidad nos desvela que no es un Dios solitario, sino solidario. Solidario al interior de sí mismo y también en relación con la Humanidad. Es el Dios al que Israel llegó a confesar como creador, después de haber tenido la experiencia de la liberación de la esclavitud en Egipto. Un Dios que se empeña en recordar por medio de los profetas cuáles son los caminos que conducen a la felicidad personal y a la justicia social. Un Dios nos ha creado por amor y al amor nos llama, porque como dice el libro de los Proverbios: “… (Dios) gozaba con los hijos de los hombres”.

La solidaridad de Dios con la Humanidad toma cuerpo en el Hijo, Jesucristo, liberador de todo aquello que nos impide desarrollarnos como personas según el sueño de Dios. Jesús es el abrazo reconciliador de Dios con la Humanidad. Nosotros somos invitados a ser agentes de reconciliación y misioneros de la misericordia de Dios.

La solidaridad de Dios toma cuerpo en cada uno de nosotros. Nos lo ha recordado san Pablo en la carta a los Romanos: “… el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Nos sabemos habitados por Dios. Lo experimentamos como dador de vida, luz y fuente de energía que nos desborda.

La esencia de Dios es trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su manifestación es la de ser un Padre creador, un Hijo salvador y un Espíritu Santo vivificador. Santísima Trinidad: misterio de un Dios que se hace presente en la historia creándola, sosteniéndola, salvándola, vivificándola. Dios es comunión solidaria. También nosotros estamos invitados a vivir la comunión y la solidaridad. Así es como somos imagen y semejanza del Dios trinitario: siendo comunión solidaria.

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