Cuarto Domingo de Pascua
Te mira co(n-m)pasión
El cuarto domingo de Pascua, día del Buen Pastor, solemos celebrar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Jornada instituida por Pablo VI, en 1964, cuando entre nosotros las casas de formación -seminarios o noviciados- estaban a rebosar. Pero no se trata de rezar sólo por los seminaristas, que entre nosotros lo solemos hacer el día de la Inmaculada Concepción. Tampoco se trata de rezar sólo por las vocaciones a la Vida consagrada, que lo solemos hacer el 2 de febrero, día en que celebramos la presentación de Jesús en el Templo.
Hoy es un día para rezar por todos los bautizados. Para que tomemos conciencia de que todos somos necesarios en la construcción de la comunidad y en la misión.
El mensaje del papa Francisco para esta jornada comienza así: “Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la «tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto”.
Quiero creer que hoy la Iglesia se pone en oración para que cada bautizada y cada bautizado podamos reconocer la vocación a la que ya hemos sido llamados, y en ella la misión que ya se nos ha encomendado. Misión que tenemos que realizar en la Iglesia y en el mundo. De eso se trata: ser cristianos en y para el mundo.
Ser cristianos en y para el mundo, pero con conciencia de ser Iglesia. El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que “la vocación nace, crece y está sostenida por la Iglesia. Insiste en la necesidad de percibir el sentido de lo comunitario en un ambiente que invita al individualismo: “…la llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria… es una con-vocación. El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo”. Recuerdo que su mensaje del día uno de enero de este año se titulaba precisamente “Vence la indiferencia y conquista la paz”.
Creo que su visita al campo de refugiados, como le llaman unos, o al campo de concentración, como le llaman otros, en la isla griega de Lesbos ha sido un aldabonazo a la conciencia de aquellos que nos estábamos acostumbrando a creer que las cosas tenían que ser así, como marcan las agendas políticas o los presupuestos económicos de los estados. Creo que todos, cristianos o no, creyentes o no, no nos hemos quedado indiferentes ante las palabras y los gestos del papa Francisco, aunque algunos califiquen de postureo el acoger a 12 refugiados en el Vaticano.
Estos gestos no surgen de la nada. Es la respuesta de aquel que sabe que todos los cristianos, sin excepción, estamos llamados a ser imagen y prolongación de Jesús, el Buen Pastor. Respuesta vocacional que se hace misión.
El lema de la Jornada vocacional es intencionadamente ambiguo. Una “n” que no se sabe si es una “m”. Se puede leer: “Te mira con pasión” y “Te mira compasión”. Sentirse llamado por Dios, mirado por él, e invitado a reproducir esa misma mirada sobre nuestros prójimos, empezando por los “próximos”.
El evangelio de hoy no tiene conexión textual con el del domingo pasado, está diez capítulos antes, pero sí que está en la misma onda. Decíamos, a raíz del diálogo entre Jesús y Pedro, que amar a Jesús implicaba cuidar del prójimo. Es lo que hace el Buen Pastor, y estamos llamados a hacer nosotros: dar vida, comunicar vida.
Para eso tendremos que conjugar tres verbos que aparecen en el breve relato del evangelio: escuchar, conocer y seguir.
Escuchar. Supone hacer silencio. Conectar con nosotros mismos. Conectar con el espíritu de Dios que nos habita. Escuchar la vida que emerge dentro de nosotros, tantas veces acallada por los ruidos de la vida diaria. Silencio que se nos hace actitud de apertura a las voces que, en ocasiones en forma de gemido, vienen de fuera. Silencio, para poder escuchar lo que nos dice Jesús en el Evangelio.
Conocer su voz. Vivir en actitud de discernimiento: no vale cualquier voz, aunque sea la mayoritaria sociológicamente o la más poderosa mediáticamente. Tiene que ser la voz de Jesús.
Nos lo recordaba el papa Francisco en la exhortación pastoral Evangelii Gaudium (266): “No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos”.
Seguir a Jesús. Es proseguir su causa a favor del Reino de Dios por el que Jesús vivió y murió. No es tarea fácil. Si hubiésemos seguido leyendo un versículo más, solo uno, habríamos escuchado: “Los dirigentes judíos cogieron piedras para apedrearlo”. Seguimos a un crucificado y creemos en un resucitado. Hacemos este camino en la fe. Sabiéndonos mirados con pasión. Sabiendo que tenemos que ser compasión.