Quinto Domingo de Cuaresma
¿Destruir o construir?
En nuestro caminar hacia la Pascua, el evangelio de estos últimos domingos nos invita a meditar y a celebrar la acogida incondicional y la misericordia de Dios. El domingo pasado con la parábola del padre misericordioso. Hoy, con la misericordia aplicada a un caso de la vida real.
El pasaje evangélico de hoy está tomado de san Juan, al que los especialistas consideran un texto “olvidado” de san Lucas, el evangelista de la acogida y misericordia de Dios. De fondo está el dilema de destruir o construir la vida.
El esquema del relato es sencillo. Le presentan a Jesús una mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Le recuerdan lo que dice la Ley de Moisés: muerte por lapidación. Le piden a Jesús que se posicione: “Tú, ¿qué dices?”
¿Qué les importa realmente, el adulterio de la mujer o la postura de Jesús? La situación es grave, está en juego la vida. La de la mujer, si reconoce la autoridad de la Ley de Moisés. La de Jesús, si no la reconoce. No es tan raro lo que le piden: “¡que se cumpla la ley”. Seguro que nos suena. Lo pedimos con fuerza cuando hay que aplicárselo a otros. Es normal. También es normal que, salvo excepciones muy claras, los atenuantes salgan por doquier cuando se trata de nosotros o personas queridas.
En este caso, parece que la respuesta no tendría que ser tan difícil: “¡que se cumpla la ley!” Sin embargo, Jesús guarda silencio. Una vida humana está en juego.
Silencio, para conectar con el propio corazón o para poner su corazón en sintonía con el corazón de Dios. ¿Cuál era el espíritu, la vida, de la Ley dada a Moisés?
Silencio, para tomar conciencia de la torpeza del corazón humano, que pone la Ley por encima de la vida, cuando debería estar a su servicio.
Silencio, para percibir la complejidad del problema y tratar de encontrar la solución más adecuada.
Silencio, el corazón humano tiene que acompasarse con el corazón de Dios.
Desde el corazón de Dios no se ve a una adúltera, sino a una mujer (y, si se quiere, un ser humano). Lo que está en juego no es salvar a una adúltera, sino salvar a una mujer. Lo de ser adúltera es secundario. ¡Cuántas veces por fijarnos y subrayar los adjetivos nos cargamos los sustantivos! ¡Cuántas veces el adjetivo nos lleva al prejuicio y a la distorsión de la realidad!
Le insisten para que diga una palabra y se posicione. Lo hace, pero cambiando el centro de atención. Ya no es la mujer a la que hay que juzgar, cada uno tiene que juzgarse a sí mismo: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Jesús no les coloca frente al juicio de los demás, como han hecho ellos con la mujer sorprendida en adulterio, sino frente al juicio de su propia conciencia. Ésta es la dinámica del Evangelio: nos confronta permanentemente con nosotros mismos.
Nos confronta con nosotros mismos y, por si fuera poco, nos deja sin armas frente a los demás. No nos las quita las piedras de la mano, nos pide que las tiremos voluntariamente. Nos confronta con nuestra verdad más íntima y así nos ayuda a tomar conciencia de que no podemos ser juez de nadie.
Pero va más allá, nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestro pasado, por muy frágil, sucio o pecador que nos pudiera parecer, y nos invita a construir futuro. Construirlo desde el sabernos acogidos en nuestra debilidad, desde el sabernos perdonados y desde el escuchar que nuestra vida tiene una salida digna: “no peques más”.
Esto no lo hacemos a base de esfuerzo y empeño, sino con la gracia de Dios que es nuestra fortaleza. Necesitamos tomar conciencia de la gracia que nos habita, tenemos que hacer silencio y escuchar de labios de Jesús: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
En el Año jubilar de la misericordia es justo recordar que el sacramento de la reconciliación es un medio extraordinario para sentir que Dios se empeña en acompañar con su gracia nuestra peregrinación en el camino de la vida. Y que nos dice a cada uno de nosotros personalmente: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
A aquella mujer se le da una nueva oportunidad. Con las piedras destinadas a su lapidación, a la destrucción y a la muerte, puede construir algo nuevo. Jesús no se limita a no condenarle, también le da pistas de futuro: “no peques más”. Es como si le dijera: “recupera tu dignidad y vive con dignidad”. Deja el adulterio, no porque si te vuelven a pillar te van a aplicar la Ley de Moisés, sino porque ése no es el camino del amor. Tienes que reiniciar una nueva vida, dejar atrás el pasado. No sigas destruyendo tu vida, constrúyela.
Jesús relee y actualiza con la mujer, y con cada uno de nosotros, lo que decía el profeta Isaías: “no recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo: mira que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notas?” Es la hora de construir.