COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

Haced lo que Jesús os diga

El domingo pasado celebramos el bautismo del Señor. Clausurábamos el ciclo de Navidad e iniciábamos el llamado tiempo ordinario. Tenemos que tener cuidado en no menospreciar el tiempo ordinario, eso que nos parece la monotonía de cada día. Es en el tiempo ordinario donde se nos da la oportunidad de ir construyendo una vida feliz o, por el contrario, si no acertamos en vivir bien lo de cada día, en ir haciéndonos unas personas desgraciadas.

Luego están los tiempos extraordinarios. Litúrgicamente: adviento, navidad, cuaresma, pascua,… En nuestra vida también hay acontecimientos extraordinarios, unos buenos (nacimientos, bodas,…) o malos (enfermedad, muerte,…). Pero todo eso son circunstancias extraordinarias. Lo decisivo nos lo jugamos en el día a día.

En adviento inauguramos lo que llamamos el ciclo C. Es decir, vamos a seguir a Jesús, proclamando su vida y tratando de hacer vida su Palabra, de la mano de san Lucas, el evangelista de la misericordia, que nos va a venir muy bien para iluminar el Año jubilar de la misericordia.

Pero hoy, al comienzo de la vida pública de Jesús, se nos presenta un pasaje del evangelio de san Juan, el relato de las bodas de Caná. Da la impresión de que la liturgia de la Iglesia nos quisiera indicar cuál ha de ser la clave de lectura y de interpretación de la misión de Jesús: convertir el agua en vino, llenar de alegría la vida de las personas.

Además de los personajes que aparecen en el relato, hay un elemento que es importante subrayar: las tinajas. Se nos dice que son seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una. Eran unas moles pesadas, aun cuando no estaban más que llenas de vacío.

Se suele decir que las seis tinajas representaban la decadencia de la religión judía, tal y como era vivida en tiempos de Jesús. Una religión llena de normas y prohibiciones que hacían la vida pesada. Una religión que se había ido cargando de ritos que dejaban vacías por dentro a las personas que los practicaban. La religión, en lugar de alegrarles la vida, les aguaba la fiesta.

Seguro que esta experiencia no nos resulta extraña. Bien porque vivimos lo religioso como una carga pesada, bien porque hemos ido viendo como algunas personas que fueron criadas en un ambiente religioso, incluso la practicaron durante muchos años, las han ido abandonando, porque no les decían nada, porque para ellas eran ritos vacíos. Además algunas normas morales las vivían como losas pesadas para la existencia y la conciencia de la gente.

Hay otras personas que dejaron lo religioso en temprana edad. Tal vez nuestros propios hijos o nietos. Tal vez no les supimos transmitir la alegría de la fe. Tal vez hicimos de lo religioso una serie de ritos superficiales que había que cumplir: bautizar, hacer la primera comunión,… y poco más. Ritos superficiales, como los ritos de purificación de los judíos, cuando han perdido su espíritu. Solo lavan por fuera, pero no hacen nada por dentro.

Segundo Domingo del Tiempo OrdinarioJesús transforma el agua en vino. El vino es fuente de alegría, pero sólo cuando lo bebemos, cuando “lo hacemos nuestro”. Esto no es una invitación a las borracheras ni al alcoholismo. Es una invitación a tomar conciencia que la fe más que normas e ideas, es primeramente una vivencia interior. Más. Es una vivencia que nos tiene que llenar de alegría. Si no es así, tal vez no estemos viviendo y practicando la propuesta de Jesús.

Tenemos estar atentos a cómo vivimos nuestro cristianismo. ¿El compromiso como algo que nos hace la vida más pesada? ¿La oración y la práctica de los sacramentos nos dejan vacíos por dentro?

Es importante estar atentos, como María, para que no nos falte el vino, la alegría que brota de la fe, en medio de la fiesta de la vida.

Cuando esto ocurre, es importante saber a quién acudir. María lo tuvo claro: a Jesús. Y nosotros, ¿a qué/quién acudimos? ¿A terapeutas y psicólogos? ¿A tratamientos farmacológicos? ¿A llenar como sea nuestros vacíos existenciales?

También hoy María nos sigue repitiendo a cada uno de nosotros: “¡haced lo que Jesús os diga!”. Hacedlo para que vuestra vida rebose de alegría. De la mano de san Lucas vamos a tener oportunidad de saber en qué consiste eso de “¡haced lo que Jesús os diga!.

No puedo olvidar que hoy la Iglesia celebra la 102 Jornada mundial del migrante y refugiado.  El número es importante, porque arrancó pensando más en los que íbamos que en los que vienen o vendrán.

Recojo unas pocas palabras del mensaje del Papa Francisco:

 “… es importante mirar a los emigrantes no solamente en función de su condición de regularidad o de irregularidad, sino sobre todo como personas que, tuteladas en su dignidad, pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos, de modo particular cuando asumen responsablemente los deberes en relación con quien los acoge, respetando con reconocimiento el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda, obedeciendo sus leyes y contribuyendo a sus costes. A pesar de todo, no se pueden reducir las migraciones a su dimensión política y normativa, a las implicaciones económicas y a la mera presencia de culturas diferentes en el mismo territorio. Estos aspectos son complementarios a la defensa y a la promoción de la persona humana, a la cultura del encuentro entre pueblos y de la unidad, donde el Evangelio de la misericordia inspira y anima itinerarios que renuevan y transforman a toda la humanidad.

 La Iglesia apoya a todos los que se esfuerzan por defender los derechos de todos a vivir con dignidad, sobre todo ejerciendo el derecho a no tener que emigrar para contribuir al desarrollo del país de origen. Este proceso debería incluir, en su primer nivel, la necesidad de ayudar a los países del cual salen los emigrantes y los prófugos. Así se confirma que la solidaridad, la cooperación, la interdependencia internacional y la adecuada distribución de los bienes de la tierra son elementos fundamentales para actuar en profundidad y de manera incisiva sobre todo en las áreas de donde parten los flujos migratorios, de tal manera que cesen las necesidades que inducen a las personas, de forma individual o colectiva, a abandonar el propio ambiente natural y cultural. En todo caso, es necesario evitar, posiblemente ya en su origen, la huida de los prófugos y los éxodos provocados por la pobreza, por la violencia y por la persecución”.

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