Bautismo del Señor
Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto
El evangelio comienza diciendo que el pueblo estaba en expectación. Es una situación que se repite.
En expectación estaba la comunidad judía de tiempos del 2º Isaías. La situación internacional estaba cambiando, comienza la decadencia del Imperio asirio y emerge la del Imperio persa, con Ciro a la cabeza. El profeta que está entre los judíos desterrados en Babilonia anuncia a la comunidad que está cerca la liberación, que va a dar comienzo un nuevo éxodo y, lo que es mejor, va a comenzar un nuevo modo de gobernar que no lleve al pueblo al desastre, como anteriormente, sino que se va a implantar la justicia y el derecho.
El pueblo estaba en expectación, como lo estamos nosotros. Algunas expectativas van aclarándose. A nivel eclesial, ya ha sido nombrado el nuevo obispo de nuestra diócesis de Vitoria. A nivel político, ya sabemos que ha habido un pacto en Cataluña para que no se repitan las elecciones. Otras expectativas están a la espera de ver el resultado final. A nivel eclesial, los Clérigos de San Viator y la Comunidad Viatoriana de España están a la espera de saber cómo quedará conformado el próximo equipo provincial. A nivel político, estamos a la espera si se llegará a un pacto que asegure la formación de gobierno o se repetirán las elecciones en España.
También en tiempos de Juan el Bautista y de Jesús el pueblo estaba en expectación, porque se sentía oprimido y abandonado. Unos pocos acumulaban una gran riqueza, mientras que la mayoría del pueblo acumulaba una gran pobreza. Políticamente: estaban sometidos al imperio romano, a sus impuestos y a sus arbitrariedades. Religiosamente: los sacerdotes del templo de Jerusalén estaban bajo sospecha, parecía que les movía más intereses personales, políticos y económicos que el servicio a YHWH.
El pueblo estaba en expectación. No necesitaban la salvación en abstracto, sino un salvador en concreto. No querían más promesas. Querían alguien que las realizara.
Aparece Juan el Bautista. Es el indignado de tiempos de Jesús. Un indignado que predica con el ejemplo, no es el indignado que se aprovecha del sistema al que dice criticar y que quiere destruir. Juan dice que así no se podía seguir, que aquella situación había que cambiarla radicalmente. El cambio comienza por la conversión personal. Había que abandonar el pecado, porque para Juan, como para muchos judíos piadosos, aquella situación era fruto del pecado… también de ese que no lo comete nadie, pero que lo alimentamos entre todos: el pecado social. Otro mundo es posible siempre si cada uno cambia.
No es de extrañar que la gente fuera a donde Juan, para preguntarle si él era el mesías, el salvador, el que les iba a liberar del Mal, el que les iba a reconciliar de nuevo con YHWH.
Juan era una persona honesta, no quiere apoderarse de un protagonismo que no le corresponde. ¡Cuánto tenemos que aprender de Juan los que tenemos algún tipo de responsabilidad en la gestión del mandato que se nos ha dado! No para enrocarnos en el poder, sino para servir el pueblo que se nos ha confiado, sea como comunidad política o religiosa.
Es esas estaba Juan cuando aparece Jesús, el que va a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Juan y Jesús son muy diferentes.
A Juan le gusta el desierto. A Jesús andar por los caminos de Palestina.
Juan era un asceta. A Jesús le llamaron comilón y borracho.
Juan vocifera. Jesús normalmente es más discreto. Sigue la consigna de Isaías: “no gritará, no clamará, no vociferará por las calles”.
En Juan parece como que Dios se impone. En Jesús Dios se ofrece: el cielo se abre cuando Jesús estaba en oración. Cuando uno se abre a Dios, un modo extraordinario es la oración, Dios se da por entero.
Es lo que les pido a los padres y los madres cuando solicitan el bautismo para sus criaturas, que les enseñen a rezar, a sentirse en referencia y apertura a Dios. También que les prediquen con el ejemplo, con una vida en sintonía con los valores del Evangelio, más allá de su práctica y, en ocasiones, de su creencia religiosa.
En el bautismo, tal y como ha sido la praxis en nuestro entorno, se planta la semilla de la fe. Esa semilla necesita de cuidados. El riego es la oración. El abono el testimonio de los adultos, de manera especial del padre y de la madre. Otros cuidados, como podarlos, ponerles rodrigones, ponerlos al resguardo de las inclemencias del tiempo… dependen de la comunidad cristiana que los ha acogido. Para eso está la catequesis, los grupos juveniles, las comunidades de referencia,… como ayuda para madurar en la fe.
Todo ello para tomar conciencia de algo que es fundamental: somos hijas e hijos de Dios. Esa es nuestra identidad. Desde ahí se puede sostener nuestra misión. Como Jesús, tenemos que acoger la palabra que se pronuncia sobre cada uno de nosotros: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».