Segundo Domingo de Navidad
Dios que se encarna cada día
Hay que reconocer que las lecturas que nos propone la liturgia para el día de hoy no son fáciles de entender. Tal vez ése sea su propósito, que no sean fáciles de entender con la cabeza para que abramos nuestro corazón a lo que estamos celebrando estos días. San Pablo pedía para la comunidad de Efesios: “[el Dios de nuestro Señor Jesucristo] ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”.
La primera lectura nos hablaba de la encarnación de la Sabiduría. Eso que parece que buscamos con tanto ahínco viene a nosotros y echa raíces entre nosotros. La cuestión reside en si la sabemos/podemos/queremos acoger.
Hay una escena en una película sobre San Agustín de Hipona, en la que San Agustín, antes de convertirse al cristianismo, se pregunta si el hombre puede encontrar la verdad (él era un eterno buscador de la verdad y la felicidad). San Ambrosio de Milán le responde que el hombre no encuentra la verdad, debe permitir que la verdad le encuentre a él.
Lección que nunca terminamos de aprender: la fe más que búsqueda es acogida. La persona religiosa se empeña en buscar a Dios. Dios, en las religiones abrahámicas, sale al encuentro de la Humanidad. Sea en el Pueblo elegido, como es el caso del judaísmo, sea en el Libro, como es el caso del islam. En el cristianismo ese encuentro se realiza en una Persona: Cristo.
Dios sale a nuestro encuentro en Jesucristo, pero como se señala en el evangelio, “vino a su casa, y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios”. Es el mensaje central de la carta a los Efesios: “Él [Dios Padre] nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”.
Creo que es bueno hacer una advertencia, “ser sus hijos” no es algo genérico sino personal. Cada una y cada uno es hija e hijo de Dios. Tú y yo. Puede surgir en nosotros un sentimiento noble y peligroso, al mismo tiempo. Noble, el de considerar no estar a la altura de una vocación tan grande. Peligroso, el pensar que la condición de hijos está en función de nuestra respuesta. La iniciativa es suya.
Hace muchos años le escuché a un profesor de Teología algo que me impresionó mucho y que luego he constatado que es bastante frecuente. Nos decía como un gran predicador de Ejercicios espirituales, después de haberse dedicado a ello durante muchos años, confesaba que aquello que predicaba a los demás, le costaba creerse sobre sí mismo. No porque no estuviese convencido íntimamente de que lo que predicaba era cierto, sino por la dificultad que tenía en vivirlo en toda su verdad.
Nos ocurre en ocasiones a los agentes de pastoral, da lo mismo que seamos curas, religiosos o laicos, en nuestra predicación, en la catequesis, en el grupo de referencia o en la vida ordinaria. No dudamos en hacer afirmaciones como estas, somos hijos de Dios, y, a la vez, pensar, o sentir, que “yo no lo soy tanto”. Pueden influir varias circunstancias, pero tenemos que estar atentos, precisamente para acogernos en lo que somos y para dejar que el amor de Dios nos transforme.
Dios ha querido poner su tienda entre nosotros, en nuestro mundo, en nuestra Historia (en la personal y en la colectiva). Por eso tiene sentido nuestro deseo de conversión personal. Por eso tienen sentido los esfuerzos de transformación de nuestro mundo, para que cada vez se parezca un poco más al Reino anunciado por Jesús.
Dios ha puesto su “tienda” entre nosotros. Dios se hace nómada con nosotros. Está allá donde estamos nosotros, en todo tiempo y en todo lugar. Está ahora, mientras celebramos el sacramento de la eucaristía, pero lo estará cuando salgamos por la puerta de esta capilla. Dios nos acompaña siempre, por eso también su Palabra resuena de modo nuevo en cada momento de nuestra historia personal.
Tenemos que mirar cada día del año, todos y cada uno ellos, con esperanza: Dios quiere encontrarse con nosotros cada día. Cada día se nos comunica Dios por medio de su Palabra. La encarnación de Dios no acontece sólo en Navidad.
Por si hubiera alguna duda, la liturgia nos invita a que escuchemos hoy el mismo evangelio que escuchamos el día de Navidad. Porque lo que allí se nos dijo, no fue para la mañana del 25 de diciembre, lo es para cada día del año. Por eso es bueno repetirlo hoy y siempre que haga falta. Dios se encarna cada día.