Trigesimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad de Cristo Rey
Cerramos el año litúrgico con la celebración de Jesucristo, Rey del Universo. Denominación muy pomposa para el hijo del carpintero de Nazaret, para el profeta de la misericordia de Dios.
El origen de esta fiesta tiene una clara connotación política, aunque parezca una contradicción con las palabras que hemos escuchado de boca de Jesús: “mi reino no es de este mundo”.
Fue instaurada por Pío XI en 1925, en el contexto histórico de una Iglesia que se defendía de los movimientos liberales, republicanos y anticlericales. En el contexto social en el que las monarquías todavía eran católicas; y los católicos, por lo menos en sus representantes más notables, monárquicos. El grito de “¡Viva Cristo Rey!” en algunos casos podría ser más una manifestación ideológica que una invocación piadosa. Eran los tiempos en que la Iglesia seguía defendiendo la confesionalidad católica de los Estados.
La reforma litúrgica introducida por el Concilio Vaticano II le dio un nuevo significado a esta solemnidad de Cristo Rey: nos puso mirando, mejor contemplando, al viernes santo.
Jesús es rey, sí, pero no como los reyes de este mundo. Los reyes de este mundo se creen soberanos porque tienen a sus súbditos a su servicio. Jesús, sin embargo, vino a hacerse servidor de todos, sobre todo de los más pequeños y humildes.
La soberanía de los reyes de este mundo consiste en disponer de la vida de los demás. La soberanía de Jesús fue la de dar su vida voluntariamente por los demás. Son impresionantes las palabras de Jesús: “nadie me quita la vida, la doy voluntariamente”, que recoge el evangelio de san Juan. ¡Qué diferencia tan grande cuando se tiene conciencia de que uno está dando la vida porque quiere, voluntaria y gratuitamente, a sentir que se la están arrancando! La diferencia es vivir desde la serenidad o vivir desde la crispación. Jesús frente a Pilato. La verdad desarmada frente al poder que se impone por la violencia. El bien frente al mal.
Las palabras de Jesús, “mi reino no es de este mundo”, para que no sean equívocas habría que traducirlas como “mi reino no es como el de este mundo”, porque si no corremos el riesgo de espiritualizar la experiencia creyente y desvincularla de todo compromiso político y social. El evangelio lleva en su entraña una llamada a la conversión personal, pero el anuncio del evangelio lleva necesariamente a la praxis, al compromiso en la transformación social.
El sábado pasado había en nuestra ciudad de Vitoria-Gasteiz dos eventos contra la islamofobia convocados por la sección juvenil de Acción Católica General. El de la mañana, una acción de calle, fue suspendida debido a que se podría entender como una provocación un acto así cuando hacía unas horas había sido la masacre de París. A mí me pareció muy prudente la desconvocatoria, más teniendo en cuenta que participaban menores en la actividad. Sin embargo, no suspendieron la actividad de la tarde, una mesa redonda en torno al tema de la islamofobia. Yo no me enteré hasta el lunes de que finalmente la habían realizado. Me pareció genial, porque tal vez era más necesaria que nunca. El bien frente al mal.
Esta misma semana, una persona a la que aprecio mucho me preguntaba hasta cuándo vamos a estar callados los católicos ante la muerte de tanto civil en tantas partes del mundo; ante la hipocresía que supone que haya asesinados de primera, europeos, y de segunda, los que no son nuestros; ante el genocidio que están sufriendo algunos pueblos y ante… seguía con muchos más temas. Mi respuesta fue que teníamos que estar callados hasta que tuviésemos una palabra serena que decir, que no teníamos introducir más violencia y agresividad en nuestro mundo. Serenidad, como la que muestra Jesús ante Pilato. Eso no es debilidad ni cobardía, eso es fortaleza interior para hablar cuando se tiene una palabra constructiva que decir. El bien frente al mal.
Ahora estamos enzarzados en la polémica de los signos religiosos. Algunos se empeñan en quitar de los espacios públicos todo lo que parezca una ofensa a la pluralidad religiosa en la que vivimos. La han tomado de manera especial con la cruz. Lo que nos tendría que preocupar verdaderamente es si quieren retirar de los despachos públicos ese signo o, tal vez, retirar de la vida pública los valores que representa: el compromiso con todas las personas que por diferentes circunstancias se les niega su dignidad o se les condena a la exclusión: enfermos, pobres, niños, mujeres, pecadores…
Uno recuerda con nostalgia a personas de la talla de Tierno Galván, “el Viejo profesor”, que nos introdujo a toda una generación en el agnosticismo. Siendo alcalde de Madrid, por el Partido Socialista gracias al apoyo del Partido Comunista, se negó a quitar la cruz de su despacho con estas palabras: “La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está”. Entendió perfectamente lo que estamos celebrando hoy, la solemnidad de Cristo Rey.