Trigesimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario
La riqueza de los pobres
El elogio que hace Jesús sobre la viuda del evangelio nos puede llevar a fijarnos enseguida en ella y en su talante espiritual. Eso está muy bien. Es uno de los objetivos. Pero no nos debe hacer olvidar dos realidades: primera, la situación en la que vivían las viudas en tiempos de Jesús; segunda, la viuda de Sarepta.
Empecemos por esta última. Tenemos que tomar conciencia de la situación existencial por la que pasaba aquella mujer: no sólo se sabía condenada a morir de hambre, sino, lo que es peor y más doloroso para una madre, estaba esperando la muerte de su hijo. ¿Qué rondaría por la cabeza y el corazón de aquella mujer cuando se le acercó el profeta Elías? ¿Qué preferiría, morir primero ella para no sufrir al ver cómo moría el fruto de sus entrañas o, por el contrario, preferiría que primero muriera su hijo para que la agonía de éste fuera menos penosa? Sea como fuere, era una situación realmente trágica.
Podemos pensar que esa es una situación que se daba hace más de 2.500 años, cuando se escribió el libro de los Reyes, o en la época de Jesús, pero que ya no se da en nuestro mundo. Nada más lejos de la realidad. Las viudas, mal que bien (más mal que bien), están asistidas en las que llamamos, o hemos llamados, sociedades opulentas. Pero no es la situación que viven la mayoría de las viudas de nuestro mundo.
No tenemos más que tirar de titulares para entender la situación en la que viven mayoritariamente las viudas hoy.
En enero de 2014 podíamos leer el siguiente titular: “Los 85 más ricos del mundo acumulan la misma riqueza que la mitad de la población”. 85 personas frente a 3.500 millones.
Enero de 2015, titular: “Crece la desigualdad global y el 1 por ciento más rico del mundo acumula tanta riqueza como el resto. La desigualdad global sigue aumentando y para el año que viene el 1% más rico de la población mundial podría acumular tanta riqueza como el resto el planeta, esto es, 70 millones de personas frente a 7000 millones”.
Los titulares son genéricos y neutros. La realidad, no. Sabemos que la pobreza fundamentalmente tiene rostro femenino, y la pobreza extrema, de viuda. En tiempos de Jesús y en 2015.
No tomar conciencia de ello y pasar rápidamente a la viuda del evangelio y su talante espiritual, tal vez sea traicionar el espíritu del evangelio y el talante de Jesús.
Si los datos de los titulares son ciertos, y no tenemos razones serias para dudar de la ONGD que hizo uno de los estudios, y al tener constancia de ellos no nos indignamos internamente, incluso llegamos a expresarlo externamente, algo serio le está pasando a nuestra humanidad. Si, ante estos datos, nuestra conciencia se queda tranquila, algo grave le está pasando a nuestra experiencia creyente, a nuestra vivencia de la fe. Nos tendríamos que preguntar si el Dios en el que creemos es el Dios revelado en Jesucristo: un Dios a favor del pobre, que hace que “la orza de harina no se vacíe ni la alcuza de aceite no se agote”, incluso a favor de aquella que no le ha confesado como Dios con sus labios, pero se ha fiado de la palabra del profeta, su enviado.
Esta misma actitud, la confianza en Dios, es la que es reconocida y alabada por Jesús en la viuda del evangelio.
Jesús no alaba su generosidad. También los ricos eran generosos. También algunos ricos son generosos actualmente. Tan generosos que llegan a ser noticia en los medios de comunicación cada vez que hacen una entrega sustanciosa de dinero. Nos dicen la cantidad que entregan. No nos dicen cuál es el origen de esas ganancias (¿también de devorar los bienes de las viudas?). Tampoco nos dicen que nuevas ganancias le proporcionará su acto de generosidad. Todo calculado: ¿la mejor campaña de marketing? Pensemos bien. Seguro que es fruto de la generosidad y del buen deseo de cooperar a que este mundo sea un poco mejor, a que algunas personas no lo pasen peor.
Sí, ya sé, la Iglesia lo que puede y debe hacer es callarse en el tema de los dineros. Más después de los escándalos que se van destapando las últimas semanas, parte del serial de los últimos años. Tal vez nos deberíamos callar. Pero es mejor hablar, para que quede claro que al Evangelio no puede quedar amordazado por una serie de noticias más o menos calculadas, más o menos pensadas para atacar o defender no se sabe muy bien qué. No se puede servir a Dios y al dinero. La elección evangélica es clara.
Volvamos al Evangelio, es lo que debemos hacer continuamente, y a la protagonista principal elegida por Jesús: la viuda. Jesús la pone como modelo. Esa mujer, más que dar algo, se ha dado ella misma. Ése fue el espíritu con que Jesús vivió toda su vida: darse él mismo en servicio desinteresado y hasta las últimas consecuencias, con la confianza puesta en Dios Padre. Eso es lo que celebramos en la eucaristía. La confianza en Dios es la gran riqueza de los pobres.