Vigesimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario
Los pobres mediación de la salvación
En la primera lectura se nos ha presentado un pasaje muy breve del libro de la Sabiduría. Es el último del Antiguo Testamento, aunque no fue aceptado ni por los judíos ni por las comunidades cristianas que surgieron tras la reforma luterana. Está escrito en griego, poco antes del nacimiento de Jesús. Sus primeras palabras es un deseo perenne: “Amad la justicia, los que regís la tierra”.
El breve pasaje que hemos proclamado choca con los modos humanos habituales de pensar y hasta de sentir.
El autor pone en boca de Salomón la preeminencia de la Sabiduría sobre todos los demás bienes. Se nos dice que prefiere el espíritu de sabiduría al poder político (cetros y tronos) y al poder económico (piedras preciosas, oro y plata). Por si fuera poco, nos dice que prefiere el espíritu de sabiduría a la salud y la belleza.
Seguro que renunciar al poder no nos cuesta mucho. Primero, porque creemos que no lo tenemos. Segundo, porque creemos que no lo deseemos, menos ahora que tan bajo sospecha están quienes se acercan al poder. Con todo, no estaría de más que examináramos cuáles son los “cetros y tronos” que acaparamos, el modo de ejercer el poder, en nuestras relaciones humanas de cada día.
Seguro que tampoco aspiramos a tener una gran fortuna, (piedras preciosas, oro y plata), pero tal vez sí que tengamos que revisar qué opciones hago yo en mi vida para no anteponer mis pequeñas posesiones, ¿mis derechos?, al bien común.
Nuestras posiciones ideológicas y nuestras opciones partidarias sostienen un modo de ejercer el poder y de distribución de la riqueza. En esto también estamos llamados a pedir y preferir el espíritu de sabiduría.
Poder político y económico parece que es algo exterior a nosotros mismos. “Salud y belleza” lo vivimos como perteneciente al ámbito estrictamente personal.
Del intento de “estar bellos” tal vez podamos ir prescindiendo. La experiencia nos va diciendo, lo vemos en otros, que llega un momento en que los lifting y las cirugías estéticas estropean más que lo que arreglan. Además, vivimos en una sociedad en que hay muchos tipos de belleza, en ocasiones contrapuestos. Casi todos ellos siguiendo los cánones de consumo. En un momento de cordura llegamos a la conclusión de que no hay que “estar” bello, sino “ser” bello.
La salud es capítulo aparte, ya que todos lo valoramos, sobre todo cuando nos falta. Tendremos que reconocer que a la vez que perseguimos la salud, fomentamos modos de vida poco saludables.
La sabiduría no se identifica con el mero saber racional, intelectual. Se puede ser analfabeto y sabio Seguro que conocemos ejemplos. La sabiduría tiene que ver con dos aspiraciones hondas del corazón humano: ser feliz (dimensión existencial) y ser justo (dimensión ética). Inseparables. Salud, belleza y poder (político o económico), nos pueden ayudar a ser feliz, a condición de que no les entreguemos el corazón.
Esto nos lleva al pasaje el evangélico de hoy. El relato de un hombre bueno, muy bueno, pero que ha entregado su corazón a su dinero y a sus ideas.
Sí, lo primero que tenemos que decir del joven rico es que era bueno. Se acerca a Jesús corriendo, tiene prisa por saber cómo hacer el bien que le asegura la vida eterna. Le preocupa cómo estar en sintonía con el proyecto de Dios, para ser plenamente feliz ahora y tener vida definitiva que va más allá de la muerte. Se arrodilla ante Jesús, con este gesto reconoce que la palabra que saliera de su boca era palabra autorizada de parte de Dios.
Jesús repasa con él los mandamientos que ya conocía. Es curioso porque Jesús sólo repasa los que tienen que ver con el prójimo, los de contenido puramente ético: “No matarás, no comentarás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Conclusión: el comportamiento religioso ha de ser ético.
El joven rico es tan bueno, que eso le parece poco, le parece demasiado fácil.
Nos dice el evangelio que “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Con esa mirada Jesús quiere animar su voluntad y su libertad, que se sepa acogido antes de dar respuesta a la propuesta: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”.
Era un hombre bueno y piadoso. Seguro que no se esperaba esa respuesta en boca de Jesús.
Si le hubiera mandado cumplir los otros tres mandamientos, los estrictamente religiosos, no habría tenido problema. Ya lo hacía. ¿Pero el dinero, todo el dinero?
Además, si le hubiese pedido que entregara todo el dinero al Templo, habría tenido más sentido, habría sido más lógico. Cualquier judío piadoso lo habría entendido. Al fin y al cabo, el Templo era mediación para la salvación. Lo que le pedía Jesús no tenía ni pies ni cabeza: darle los bienes a los pobres.
Seguro que a nosotros también nos deja turbados y con dudas: ¿dar los bienes a los pobres? Sí. Es lo que nos propone aquel que ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Son palabras referidas a la vida eterna que buscaba el joven rico. Son palabras referidas a la vida eterna que tienen que empezar a disfrutar aquí los que menos tienen.
“Repartir los bienes a los pobres”. Nos puede sonar raro, pero ésta es la novedad que aporta Jesús: los empobrecidos son mediación para la salvación.