COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús es más que pan

Hace tres domingos comenzamos con el “discurso del Pan de Vida” del capítulo 6 del evangelio de san Juan. Tras el signo de los panes y los peces compartidos que saciaron a la multitud, Jesús huyó a la montaña, porque temía que quisieran hacerle rey.

Sin embargo, las muchedumbres no cejaron en su empeño de buscar a Jesús. ¡Y lo encontraron! Jesús les recriminó el haberlo buscado no tanto por los signos que él hacía como por haber comido pan hasta hartarse.

Decimonoveno domingo del tiempo ordinarioLa dificultad para creer a y en Jesús no es nueva. No es algo típico de “los tiempos que nos han tocado vivir”, donde el secularismo y no sé cuántos ismos más parece que nos dificultan el acceso a Jesús. No tenemos que ser ingenuos respecto a la cultura, menos en estos tiempos en los que los poderosos del mundo digital tratan de configurarla de una manera determinada. La cultura ahí está y nos condiciona. Pero el reto mayor, ayer, hoy y siempre, es nuestra respuesta personal a Jesús: creer o no creer que él sea el Cristo, el mesías-salvador enviado por el Padre.

Este fue el reto y el enfrentamiento, aunque suene duro hay que decirlo, que hubo entre las primeras comunidades cristianas y los judíos: el mesianismo de Jesús. El debate sigue abierto. Ahora con las nuevas espiritualidades.

Nos preocupamos porque son cada vez más las personas que dicen no creer en Dios, y menos aún en el Dios de Jesucristo, además algunas personas añaden “tal y como es presentado por la Iglesia”. Probablemente nunca ha sido fácil creer, tampoco cuando se confesaba cristiana más del 90% de la población.

El tema no es sólo creer o no creer, sino en quién creemos. No en qué, sino en quién. En ocasiones se pone el acento en creer en dogmas o en afirmaciones teológicas más o menos elaboradas, en ideas más o menos sugerentes, en una sabiduría de vida más o menos atractiva, incluso en un código moral más o menos humanizador. Todo eso está muy bien, pero todo eso es insuficiente y tiene poco recorrido si no se cree en quien lo sustenta: en Jesús, el Cristo.

En el evangelio de hoy la increencia de los judíos está motiva porque “conocían” a Jesús. Sabían cuál era su procedencia. De la misma manera, sabían cómo debía ser el mesías de Dios. Jesús no se ajustaba a la imagen de un mesías poderoso, invencible, dominador de todos los pueblos, el libertador de Israel… Por contra, el mesianismo de Jesús tuvo otras características: no-violento en la relación, el servicio al prójimo como criterio, la compasión hacia los marginados como estilo de vida y, por si todo eso fuera poco, predicaba a un Dios misericordioso. Ni la procedencia de Jesús ni su predicación encajaban con la idea que tenían de Dios y de su mesías.

Sin embargo, los seguidores de Jesús percibieron en él la presencia misteriosa de un Dios que era digno de fe. Un Dios Padre bueno, que apuesta por la vida de todas las personas, sobre todo por las de aquellos que parecen que la tienen arrebatada: enfermos, marginados, pobres, personas de mala fama por su oficio o por su condición social… El Dios que vive y predica Jesús es un Dios que apuesta por la vida de forma incondicional, un Dios que nos quiere dar la vida eterna, la vida definitiva.

Al hablar de vida eterna corremos el peligro de pensar que es algo que se nos promete para después de la muerte. Eso es verdad, pero a medias. La vida eterna prometida por Jesús, sobre todo, tiene que ver con nuestra vida de cada día. La vida eterna, la vida definitiva, la empezamos a vivir ya aquí y ahora. Cada instante de nuestra vida “terrenal” es parte la vida eterna. Lo que será después de la muerte lo dejamos en manos de Dios. Sabemos que va a ser algo bueno y que se nos va a dar a todos como regalo inmerecido.

El tema no es qué será después de la muerte, sino cómo estamos viviendo esta vida. Si la estamos aprovechando para ser felices. Hay muchos caminos para la felicidad. Caminos que elegimos cada día. Por ejemplo, en esta época de vacaciones en el Hemisferio norte hay muchas jóvenes y muchos jóvenes de grupos cristianos que se han ido compartir su tiempo y su presencia con gentes del Hemisferio sur. No hace falta que pongan muchos comentarios en las fotos que cuelgan en las redes sociales para saber cuál es su estado de ánimo. No optan por este tipo de vacaciones por puro altruismo, brota de una experiencia de fe. Lo más bonito es que muchos de ellos son capaces de percibir que es así  como están acogiendo la vida eterna prometida por Jesús. Creen en él. Creen que opciones así, en nombre de Jesús, están preñadas de eternidad.

Jesús con su vida nos indicó el camino de la felicidad. Tras su muerte nos dejó su Espíritu, la vida eterna del resucitado. Pero, antes de morir, nos dejó como recuerdo suyo un trozo de pan, signo de la vida compartida, y un poco de vino, signo de la vida entregada. Ese pan, que reconocemos como el pan bajado del cielo, es el Pan de Vida, con mayúsculas. Solo tiene sentido comer del pan de Jesús si creemos en él. Ese pan nos recuerda que una vida como la de Jesús, entregada a favor de los demás por fidelidad a Dios, no es una vida perdida, sino una vida plena y realizada. Jesús es más que pan.

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