Sexto Domingo del Tiempo Ordinario
Provocar… como Jesús
¡Qué ganas de provocar! Somos cristianos y a Jesús le perdonamos cualquier cosa. No sé si tendríamos que ser tan comprensivos. No hay quien pueda con él. Es un inadaptado social y religioso. Sabe lo que tiene que hacer; se lo han enseñado desde pequeñito: ¡guardar el sábado! Pues no. Hace dos domingos escuchábamos como Jesús, estando en la sinagoga de Cafarnaún, curó en sábado a un hombre poseído por un espíritu inmundo. Ese mismo día, aunque nosotros lo escuchamos el domingo pasado, sale de la sinagoga, va a casa de Pedro, y allí cura a la suegra de Pedro. Dos veces en un día se salta el precepto sabático. Como se suele decir, “si no quieres taza, taza y media”.
Hoy, de nuevo, vemos cómo se salta otro precepto religioso. Jesús habría escuchado muchas veces la lectura del Levítico que hemos escuchamos nosotros. Sabía lo que había que hacer ante los leprosos. Pues no. Tiene que extender la mano y tocarle. Ya no tenemos un fuera de la Ley, y un marginado social, sino dos. ¡Cómo si ése fuera el mejor camino! Si se tratara de otra persona, diríamos que es un antisistema. Como es Jesús, decimos: ¡qué bueno era!. Es un sentimiento de simpatía espontáneo que nos surge ante un hombre que siente lástima por aquellos que están en necesidad.
Lo que nos tendría que brotar es un sentimiento de repulsa y pedir que sea detenido por atentar contra la salud pública. Eso sería lo más lógico. ¿Os imagináis a un médico que va a Uganda a atender a enfermos de ébola, no toma ninguna precaución para no contagiarse, porque eso no es lo más importante, y regresara de nuevo a su tierra, tan pancho, como si no hubiera pasado nada? Habríamos pensado que es un descerebrado. Cierto es que se trata de Jesús, y nosotros tenemos que defender la actividad de nuestro líder.
Tal vez os preguntéis por qué digo esto. Bien sencillo. La función del precepto del Levítico era preservativa. Era más una norma sanitaria que una norma religiosa. Como se suele decir, las “leyes de sanidad» se convierten en “leyes de santidad”.
Como ocurre en muchos procesos de sacralización de las costumbres, se trataba de una medida a favor de la vida y de las personas. Ocurre en muchas religiones. No comer carne de cerdo preserva de la triquinosis, más cuando no se puede acceder a los servicios del veterinario de turno. Precepto religioso para salvar vidas. Circuncidar a los varones recién nacidos evita muchas infecciones en unas sociedades en donde las posibilidades de higiene corporal son escasas. El precepto religioso ayuda a los varones a llevar una vida más sana. Los ejemplos se podrían multiplicar.
No deploremos fácilmente el precepto del Levítico, que pretendía salvaguardar la salud del pueblo en su conjunto, aunque para ello condenara a las personas enfermas a la marginación y a la exclusión. Por la vía de los hechos, nosotros, en pleno siglo XXI, hemos aceptado que también en las sociedades que se llaman a sí mismas más desarrolladas y avanzadas haya colectivos de marginados y excluidos, sin mirar ni son niños o personas ancianas.
No deploremos fácilmente la norma del Levítico ni aplaudamos fácilmente la actitud de Jesús. A no ser que nos queramos meter en un buen lío. Como se metió Jesús, que a partir de aquel momento se quedaba en descampado.
“¿Qué podemos hacer nosotros?”, nos podemos preguntar. Yo creo que más de lo que nos atrevemos. ¿Os imagináis lo que cambiaría Vitoria-Gasteiz si todas las personas que hemos acudido este fin de semana a celebrar la Eucaristía en las diferentes parroquias y centros de culto, como éste, hubiéramos decidido hacer una manifestación por las calles para reivindicar a nivel municipal o provincial, por ejemplo, unas políticas presupuestarias que pongan en el centro a la persona, priorizando a las que tienen mayor necesidad? Yo creo que algún cambio se operaría.
Pero no sé, me da la impresión que puede más en nosotros el Levítico que el Evangelio, aunque aplaudamos la actitud de Jesús. Ideológicamente lo tenemos claro: Jesús y su Evangelio. Vitalmente hacemos lo que podemos. No tenemos madera de héroes. No hay que tenerla. Hay que tener entrañas de misericordia, como las de Jesús.“Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó”.
Hoy las entrañas no se nos conmueven fácilmente. Los sentidos principales, vista y oído, los tenemos atrofiados por la hiperinformación. Nuestros ojos se han acostumbrado a las escenas más horrorosas y sangrientas. Nuestros oídos creen haber oído ya lo más espantoso que pudieran oír. Como decía un teólogo latinoamericano hoy lo que moviliza nuestro interior es el olfato. Eso exige proximidad. Entrar en contacto con la realidad de las personas. Eso nos puede mover a compasión o producirnos rechazo. A no ser que usemos el ambientador de la indiferencia. De eso nos habla el mensaje que el Papa Francisco nos dirige esta cuaresma.
La reflexión ha ido desde el punto de vista de lo que tendríamos que hacer para que nuestras opciones fueran las de Jesús: provocar al sistema.
Otra reflexión muy interesante sería desde el punto de vista del leproso: ¿qué curaciones ha obrado en mí la fe en Jesús? ¿A quién y cómo se lo he comunicado? El evangelio nos ha dicho que “cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”. Es decir, provocar a la fe.
Tenemos tarea como seguidores de Jesús: provocar al sistema y provocar a la fe. Nuestra misión: provocar… como Jesús.