Tercer Domingo del Tiempo Ordinario
Invitación y compromiso
La liturgia nos ofrece pasajes del Evangelio. Para entender bien el de cada domingo lo
tenemos que contextualizar.
Hace dos domingos celebramos el bautismo del Señor. Después tendríamos que haber
escuchado el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto (lo escucharemos el primer
domingo de cuaresma). En su lugar, el domingo pasado se nos presentaba el pasaje del
evangelio de Juan en el que el Bautista señalaba a Jesús como “el Cordero de Dios”.
Recordamos que en el momento del bautismo a Jesús se le reveló su identidad más
profunda: la de ser el Hijo amado de Dios.
La estancia de Jesús en el desierto fue el tiempo de la escucha de lo que Dios Padre
quería para él. Sabía quién era, el Hijo amado de Dios. Le faltaba saber eso a qué le
comprometía: qué debía hacer, cuál era su misión, y cómo debía realizarla. Tras la
estancia en el desierto Jesús comienza con su misión.
Lo primero que llama la atención es el lugar elegido: Galilea. Allí no están los judíos
más observantes. No es un terreno fácil para la predicación de lo religioso. Sin embargo,
lo de Jesús comenzó en Galilea. Algo nos tendría que iluminar y animar a los que
decimos que estamos en ambientes poco propios para la recepción del Evangelio.
Lo segundo que llama la atención es el mensaje mismo: “Se ha cumplido el plazo, está
cerca el reino de Dios: convertios y creed en el Evangelio”.
El Reino esperado ya ha sido inaugurado, ya está en marcha. El mismo Dios ha tomado
la iniciativa. Hay que ponerse en disposición de acogerlo, hay que convertirse, hay que
volver a Dios. En este volver a Dios resuena el evangelio del domingo pasado, aunque
fuera de San Juan: los discípulos fueron con Jesús, vieron dónde vivía y se quedaron con
él.
Esta llamada a la conversión es para nosotros, las y los cristianos, para los que nos decimos seguidores de Jesús. Volver a Dios para recuperar su mirada: la que tiene sobre la persona y sobre el mundo. Llamada a la conversión como invitación a mirar al mundo con ojos y corazón nuevos. Descubrid en él los signos de esperanza, todo aquello que nos habla de buena noticia para la humanidad. Cuando nos ponemos frente a la TV, la pantalla del ordenador, escuchamos la radio, leemos los periódicos… nos bombardean con malas noticias. No estaría de más hacer todos los días el ejercicio de tomar conciencia de todas las buenas noticias que acontecen en los diferentes ámbitos de nuestra vida cotidiana. Es el evangelio que se hace historia para cada uno de nosotros, más si es que somos capaces de ver en esos acontecimientos la presencia de Dios. Ahora te invito a que durante un pequeño instante cierres los ojos y pienses cuál sería la buena noticia que quisieras escuchar hoy y que crees que también es el deseo de Dios para nuestro mundo.Convertirnos y creer en la Buena Nueva. Invitación a no gastar muchas energías en enumerar y denunciar todos los pecados que vemos en la sociedad: el ansia de poder, la voracidad por el tener, el egoísmo…No podemos estar ciegos ante una injusticia tan clamorosa como la que publicaba la prensa esta misma semana, tomando como fuente una ONGD, que afirma que la suma de riqueza del 1% de la población más rica superará a la del otro 99% el próximo año, dada la actual tendencia de aumento de la desigualdad.
La queja por la queja no vale para nada. Más que denunciar, hay que transformar, y hay
que hacerlo al estilo de Dios. Conversión personal y transformación social. Invitación y
compromiso. Volvernos a Dios, para desde él volver al mundo.
Tenemos que recuperar la mirada de Dios, que percibía que todo lo creado era bueno.
Tenemos que recuperar el corazón de Jesús, que le hacía percibir que al mundo la estaba
llegando la Buena Nueva. Convertir la mirada y el corazón. Tomar conciencia de toda la
bondad que hay sembrada en nuestro mundo. Es un modo de acoger el Reino de Dios
que ya está entre nosotros. Si la justicia, la paz, la vida, el amor, la unidad, la verdad… si
no lo están como realización plena, lo están como el deseo más hondo que tiene el ser
humano.
Recuperar la mirada de Dios también sobre cada uno de nosotros. Recuperar su mirada y
su invitación a dejar lo que nos enreda cada día y que termina por atarnos. Escuchar la
invitación de Jesús a salir de nosotros mismos y nuestras cosas. Invitación a levantar la
mirada y abrirnos a lo nuevo y a lo bueno. Pescar un pez, sacar a un pez del mar, es
condenarlo a morir. Pescar a un hombre, sacar a un hombre del mar, es posibilitarle la
vida. Esa es la invitación de Jesús: percibir la vida, suscitar la vida. Invitación y
compromiso.