COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Sexto Domingo de Pascua

No nos has dejado huérfanos

El tiempo pascual va tocando a su fin. El próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor. Momento de máxima tensión en el que la comunidad de seguidores de Jesús no sabrán si tienen que seguir mirando al cielo, extasiados por un modo de relación que han tenido con Jesús y que parece que ha terminado, o fiarse de él y ponerse en camino para cumplir su mandato de ir a hacer discípulos suyos por todo el mundo. Contraste entre la primera lectura y el evangelio del próximo domingo.

El tiempo pascual va tocando a su fin. Dentro de quince días celebraremos Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia, la comunidad de las seguidoras y seguidores de Jesús. Oficialmente clausuraremos el tiempo pascual.

El tiempo pascual va tocando a su fin, no así la experiencia pascual: que Jesucristo, Jesús resucitado, está en medio de nosotros, que nos acompaña en el camino de la vida, que nos da la paz,… por eso podemos glorificarle en nuestros corazones y podemos dar razón de nuestra esperanza, como exhortaba san Pedro a las primeras comunidades cristianas.

Nosotros empezamos a ser para muchas personas las primeras comunidades cristianas con las que entran en contacto. ¿Qué perciben en nosotros? ¿Qué les contagiamos?

La primera lectura nos ha dicho que la presencia de Felipe en Samaria les produjo alegría. Ese tendría que ser uno de los frutos de la comunidad cristiana: fuente de alegría para todos los que se acercan a ella. Ese debería ser uno de los frutos de nuestro ser cristianos: producir alegría allí por donde pasamos.

No cualquier alegría. La alegría que tiene su fuente en una vida vivida con hondura, una vida arraigada a la fe, que nos ayuda a abordar con paz los acontecimientos favorables o adversos. No es una alegría fácil. Por eso tampoco es una alegría efímera. Es una alegría que tiene su sede permanente en el corazón de la persona y, sin embargo, no nos pertenece. Es un misterio que nos sobrecoge: no la producimos nosotros mismos, la acogemos como don, y para percibir su intensidad la tenemos que compartir.
Siempre es alegría que fluye… o no es alegría que brota de la fe.

No cualquier alegría. Alegría que fluye y que da frutos.

¿Cuáles son los espíritus inmundos atenazan en nuestra sociedad? ¿Cuáles son las parálisis que hay que curar?

Sexto Domingo de PascuaSeguro que podríamos hacer una larga lista. Globalmente: el hambre, una realidad cada vez más cercana, a la vez que evitable; las guerras sin sentido, también las conscientemente olvidadas; la economía neoliberal que se nutre de la destrucción de derechos sociales y un sistema financiero que genera exclusión social;… ¿ya has pensado en quién vas a dar tu voto para el parlamento europeo? ¿te has replanteado en confiar tus ahorros a la banca ética? Localmente: la preocupación medioambiental, la amenaza del fracking o de la reapertura de la central nuclear de Garona; la amenaza de la privatización de algunos servicios sociales; la pérdida del poder adquisitivo, de modo alarmante en las
pensiones de las personas mayores;… ¿vas a participar en la próxima manifestación convocada por diferentes colectivos sociales y eclesiales.

Seguro que podemos hacer una larga lista si ponemos el foco en temas que nos atañen más en lo emocional, porque afectan a familiares, personas muy cercanas o al espacio íntimo: desahucios inmobiliarios; pérdida de empleo y prestaciones que se agotan; separaciones matrimoniales, algunas de ellas después de episodios de violencia; hijos que empiezan a explorar el camino del consumo de drogas; familiares aquejados de enfermedades incurables y que se van convirtiendo en un lastre para las personas más allegadas; personas queridas que han perdido el sentido de la vida;… ¿tú aportas
esperanza o aumentas el desánimo y la frustración? Seguro que podemos hacer una larga lista si hacemos una revisión al interior de la Iglesia y enumeramos, según diferentes criterios y sensibilidades, los “espíritus inmundos” y “parálisis” que nos
afectan. A ti, que eres Iglesia, ¿cuáles?

Si hiciésemos la lista de las posibles soluciones, seguro que nos sale mucho más corta. Es normal. Tampoco Jesús curó todas las dolencias físicas o morales que había en Palestina en su tiempo. Tampoco lo hicieron las primeras comunidades cristianas. Eso no nos tiene que desanimar. Al contrario, eso nos tiene que llevar a escuchar con una atención más activa y con una confianza más serena las palabras que nos dirige Jesucristo: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros… No os dejaré huérfanos”.

No estamos solos en el compromiso por hacer el milagro de devolver la esperanza y la alegría a nuestro mundo, a la sociedad en la que nos ha tocado vivir, a nuestros seres más cercanos, a nuestras propias comunidades cristianas, muchas veces enfermas de autorreferencialidad, como dice el Papa Francisco.

No estamos solos. El Espíritu de Jesús es el gran protagonista. Jesús ya no está físicamente entre nosotros, pero sigue vivo y actuante por medio de su Espíritu. Es el Espíritu de Jesús el que alienta la Iglesia, el que la reúne, el que la llena de su presencia y de su gracia, el que la convoca, el que la sostiene.

No estamos solos. Jesús sigue viviendo en su Cuerpo místico, que es la Iglesia, que la formamos todos nosotros. Nuestra misión como cristianos es hacer operante el Espíritu de Jesús. Dejarle que fluya a toda la realidad. Es así como Jesucristo puede seguir predicando y sanando enfermos, consolando a los afligidos, apostando por los excluidos, humanizando toda realidad y divinizando todo lo humano. Es así como Jesucristo puede seguir siendo fuente de alegría y esperanza para nuestro mundo.

No estamos solos. Nos acompaña “el Espíritu de la verdad”, que nos recuerda que no basta con decir lo que dijo e hizo Jesús, sino que hay que decir y hacer lo que hizo él, y como él. Eso es amarle y guardar sus mandamientos.

Dejemos que fluya el Espíritu del Resucitado en forma de alegría y de esperanza y que dé frutos. Dejemos que fluya el Espíritu del Resucitado, porque no nos ha dejado huérfanos.

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