COMENTARIO a la PALABRA DOMINICAL – Anjelmaria Ipiña

Tercer Domingo de Cuaresma

El agua que nos da Jesús

Durante los tres domingos que preceden a la Semana Santa los pasajes evangélicos de este
ciclo A son tomados del evangelio de san Juan, al igual que lo hacían las primeras
comunidades cristianas.
Durante estos tres domingos los catecúmenos, personas adultas que iban a recibir el
bautismo en la noche pascual, recibían una catequesis especial en las que se les presentaba a Jesús como agua viva, como luz verdadera y como resurrección y vida.
La liturgia las ha conservado. También a nosotros nos vienen muy bien, aunque hayan
pasado muchos años desde que recibimos el bautismo. O tal vez por eso mismo. El Papa
Francisco nos ha invitado en varias ocasiones a recordar la fecha de nuestro bautismo.
Quiero creer que de fondo nos está invitando a recordar-renovar nuestra experiencia
bautismal, o lo que es lo mismo, a confesar que para nosotros Jesucristo es agua viva, es luz
verdadera y es resurrección y vida.
Hoy se nos presenta la primera catequesis sobre Jesucristo como agua viva. Al agua y a la
sed hacen referencia la primera lectura y el evangelio.
La primera lectura nos habla de una de las múltiples crisis que tuvo el pueblo de Israel en su peregrinar hacia la libertad. La queja contra Moisés es una queja contra Dios. ¿Está o no
está el Señor con nosotros? Ante la dificultad, la duda y la queja. No era la primera vez que
ocurría. Ya se habían quejado porque pasaban sed y hambre. Se acuerdan de Dios más para
quejarse, o maldecirle, que para agradecerle o bendecirle. «¿Para qué nos ha hecho salir de
Egipto?» Da la impresión de que Dios, por medio de Moisés, les ha liberado a la fuerza.
Es una experiencia muy humana: mejor la esclavitud que el riesgo y la aventura de la
libertad. En el fondo, lo que nos ata nos puede resultar más cómodo. Egipto es lo conocido.
Sin embargo, hacernos humanos es ir creciendo en libertad. No es tarea fácil. La libertad se
alcanza tras una larga travesía por el desierto. Hay que perseverar. ¡Y hay que confiar! Dios está con nosotros. Él acompaña nuestro camino hacia la libertad.
Es lo que hace Jesús en el evangelio: acompañar a una mujer, samaritana y con una vida
afectiva conflictiva hacia la libertad.
Al tomar la iniciativa en el diálogo Jesús rompe las barreras que separaba a varones y
mujeres, judíos y samaritanos, puros e impuros. Caen las barreras, se abre la puerta a una
relación en libertad. Así es Dios. Toma la iniciativa, rompe la barrera que nos separa de él y
se queda aguardando, como Jesús ante la samaritana.
Tercer domingo de cuaresmaLa samaritana responde a Jesús desde el prejuicio (“¿cómo tú, siendo judío, me pides a beber a mí, que soy samaritana?”) y desde la ironía (“…si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?”). La samaritana es más contemporánea nuestra de lo que creemos. Hay modos deformados de entender la relación con Dios. Desde el prejuicio de una sensibilidad religiosa culpabilizada: “¿cómo siendo pecador, Dios va a querer saber algo conmigo?”. Desde la ironía, al constatar que Dios no responde a las expectativas más superficiales: “¿para qué sirve creer en Dios, si la desgracia se ceba por igual sobre justos e injustos, buenos y malos, creyentes e increyentes?”
Nos gustaría que Dios estuviera permanentemente a nuestro favor, ¡¡ya lo está!!, porque nos ahorra los momentos duros de la existencia, incluso los que son provocados o buscados por nosotros. Nos toca hacerles frente, con la confianza de que Dios acompaña
incondicionalmente nuestro caminar. Dios no puede impedir que tengamos sed, pero si le
dejamos se puede convertirse en manantial de agua viva para nosotros.
Algo de esto vive aquella mujer samaritana para pasar del prejuicio y la ironía a la
confidencia. Las palabras de Jesús han conectado con algo muy profundo en ella. Jesús le
habla de un agua viva, de no tener más sed, de un surtidor interior que salta hasta la vida
eterna.
A la propuesta de Jesús, “vete a tu casa, llama a tu marido y vuelve aquí”, ¡qué fácil le
hubiera resultado a aquella mujer haber terminado allí mismo la conversación!. Sin
embargo, no se va, confiesa humildemente: “No tengo marido…”. Esta mujer confiesa su
sufrimiento, confiesa su verdad: lleva una vida afectiva difícil. Jesús continúa haciendo
camino con ella: no le censura, no le condena por su vida desordenada. Al contrario, le
refuerza y aprueba que se haya dicho a sí misma la verdad. Ante el intento de huida hacia un tema ideológico-religioso, Jesús le vuelve a centrar en lo fundamental: dar culto en espíritu y verdad.
En nuestra tarea evangelizadora, misión de toda y todo bautizado, tendremos que utilizar la
pedagogía de Jesús: antes que entregar una doctrina, acompañar a las personas hasta el
centro de sí mismas, para encontrarse con su propia realidad, y a Dios en ella, salvando y
saciando toda sed. Acompañar desde el habernos adentrado en nuestra propia verdad y
desde el haber bebido del agua que nos da Jesús.

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