Segundo Domingo de Navidad
¿Nada nuevo?
Al escuchar la proclamación del evangelio de hoy, y a pesar del entusiasmo que quiere transmitir el evangelista, que parece que la Vida le sale por todos los poros, nos puede embargar un sentimiento de frustración: nos suena a sabido. Eso nos pasa muchas veces con la Palabra de Dios, que ya “nos la sabemos”.
El pasaje de hoy nos puede parecer “más sabido”, porque lo escuchamos hace pocos días, en la misa del día de la Natividad del Señor. Entonces estaban recién comenzadas las navidades, la fiesta no había hecho más que empezar. No entramos ahora en el desde cuándo nos las estaban avisando los centros comerciales, los anuncios de las televisiones, los carteles publicitarios…, ¡que ya llegaba Navidad!
Llegó la Navidad, y con ella los buenos deseos. A ningún publicista se le podría haber ocurrido mejor reclamo: ¡nos ha nacido un Niño!. Los niños siempre nos producen ternura. Son básicamente debilidad y dependencia, como lo fuimos nosotros. ¿Ya no? Sin embargo, en ellos toda la vida está por escribir. Ésa es su grandeza. ¡Con que ganas escribiríamos la nuestra vida en el papel blanco que es un recién nacido!
Llegó la Nochevieja. Es una noche más que pasa. Pero tiene un carácter casi mágico. Como si cada una de las, entre nosotros tradicionales, doce campanadas fuera una llamada a dejar el hombre viejo y revestirse del hombre nuevo. Las palabras mágicas nos invitan a ello: ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año nuevo!… Tal vez, en el fondo, lo que nos estamos deseando es que nosotros seamos nuevos este año. Porque de eso se trata, y eso es lo que está en nuestra mano.
Pasan los días. Seguimos deseándonos: ¡feliz año nuevo! Cada vez con menos intensidad, como si el desearnos ser nuevos este año empezara a ser un objetivo errado.
Y ahora, como si viniera a corroborar nuestra sorpresa, este pasaje del evangelio: el de hace unos días. Como si en 2014 tuviésemos que escuchar y vivir lo mismo que en 2013. ¿Dónde queda el “feliz año nuevo”?
Tal vez tengamos que cambiar de perspectiva y de dinámica. Tal vez esperábamos que el cambio se iba a dar mágicamente, con solo desearlo. Son muchos años los que llevamos constatando que no es así, pero tal vez soñábamos que esto es como la lotería, que siempre se juega con la esperanza de que algún día toque.
Pero no. Lo humano no funciona así. Los cambios se operan, pero poco a poco. Los cambios se desean, pero hay que comprometerse con esos deseos. Por eso es bueno discernir qué es lo que realmente deseamos. O, si se prefiere, desde la perspectiva creyente, ¿cuáles son los cambios que Dios desea para mí, para que yo sea feliz? ¿Cuál es el modo nuevo que se me invita vivir este año? ¿Hacia dónde, cómo y con quiénes quiero caminar? No son preguntas retóricas. Tienen que salir de lo más profundo de nosotros mismos. Se nos invita a ser sujetos activos de nuestra historia, solo así podremos construir el Reino de Dios que, aunque sea don, previamente hemos de acoger en nuestro corazón.
Tenemos que armarnos de paciencia. Tampoco este año cambiaremos mucho. Será un año
nuevo en el calendario, pero casi seguro que seguiremos cometiendo los mismos errores,
seguiremos con las mismas inercias. Aparecerá la tentación: ¡no hay manera, nada se puede
cambiar! Constatamos una y otra vez que muchas respuestas afloran mecánicamente, más
allá de nuestra voluntad y control. ¡Qué fuerza tiene el “hombre viejo” sobre nosotros!.
Hay que perseverar en el compromiso con el cambio, con el pequeño cambio, sobre todo
con ése que verdaderamente deseamos. Hay que perseverar y hay que confiar. Hay que
intentarlo y en cada intento frustrado amarnos profundamente, como Dios mismo lo hace.
No estamos abandonados a nuestras propias fuerzas, por eso, parafraseando la carta de san
Pablo a los Efesios, tenemos que pedirle a Dios que “ilumine los ojos de nuestro corazón,
para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama”.
Como dice José Antonio Pagola, “La fe no es una receta para vivir, pero la experiencia de
un Dios cercano y el seguimiento evangélico al Maestro de Galilea ofrecen una luz y una
fuerza difíciles de encontrar en otra parte. Este año será nuevo si aprendo a comunicarme
de manera nueva y más honda con Dios”.
Tenemos todo el año para intentarlo. Lo hacemos fiados en la Palabra, “en la que hay
vida… y es luz verdadera que alumbra a toda persona… que da el poder para ser hijas e
hijos de Dios… y contemplar su gloria”. ¿De verdad que esto no es nada nuevo?