Vigesimonoveno Domingo del tiempo ordinario
Semillas de fe
(Homilía desarrollada a lo largo de la celebración. En el contexto de la celebración de San Viator, del Domund y del envío misionero de los agentes de pastoral del colegio).
Nos hemos reunido, como lo hacemos cada domingo, a celebrar la Eucaristía. Nos hemos reunido más gente de la habitual. Es normal. Hoy es una convocatoria especial: celebramos San Viator, el Domund y el envío misionero de los agentes de evangelización. Nos acompañáis gente que habitualmente celebráis la fe en vuestras comunidades cristianas. ¡Sed, todas y todos, bienvenidos!
Tanto motivo de celebración no nos debe despistar de lo fundamental: la celebración de la Eucaristía. Escucharemos la Palabra de Vida; confesaremos nuestra fe en Jesucristo; haremos memoria de algunas de las necesidades de la Iglesia y del mundo; unidos a la oración de toda la Iglesia nos preparemos para recibir el pan de la eucaristía, que fortalece nuestra fe y nuestra misión, pero antes de todo eso nos acogemos a la misericordia de Dios.
«Vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no solo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien.
El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que solo el encuentro con Cristo puede darle. ¡Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza donada por la fe! La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia en este camino».
Hasta aquí las palabras del Papa Francisco. Ahora nos toca a nosotros ponerlas en práctica. Uno modo será en el momento de colecta con nuestra aportación económica
Comenzamos el rito del envío, por eso invito a los representantes de los diferentes grupos que colaboran en la labor educativa y pastoral del colegio a que se acerquen al presbiterio y que dejen sus macetas al pie del altar. Esas plantas hacen referencia al lema de la semana viatoriana de este año: “Viator, la semilla que Querbes sembró”. Semilla que ha germinado de forma diferente en cuatro continentes del mundo.
Semilla que ha germinado de forma diferente en los distintos grupos del colegio, por eso también las plantas son diferentes. Cada uno aporta desde su ámbito: desde la familia, el deporte, el aula, el eskaut, el grupo de catecumenado juvenil y misionero (CRISOL), los grupos de adultos, la cofradía,… Todo en torno a un objetivo: Anunciar a Jesucristo y su Evangelio.
Todo en torno a unos destinatarios prioritarios: los niños y los jóvenes. Ellos también tienen su planta. Es la que está desde el comienzo de la celebración en el centro del altar. Ya que también ellos son centrales para nosotros. Al comprar las plantas, el florista me dijo; “ésta es la más fácil de cuidar, si se te olvida echarle agua, enseguida se pone mustia y te lo recuerda”. Pensé, “esta es la de los alumnos, aunque no sé si siempre somos capaces de darnos cuenta cuando están mustios”. Las dejamos al pie del altar, significando con ello que queremos presentar ante Dios nuestra misión y a nuestros destinatarios.
Después de la comunión: cada uno de los representantes de los grupos vuelve a recoger su planta. Mientras se canta “Id y anunciad”, cada uno vamos a regresar a nuestro sitio, ahora en capilla, luego en la vida. Esa es nuestra misión, ser testigos de Jesucristo allí donde estamos. Anunciarlo explícitamente, proclamando el Evangelio, o señalando su presencia en el grito de los empobrecidos que, como la viuda del evangelio, piden justicia.
Lleváis el encargo de cuidar el fruto de la semilla que Querbes sembró. Las plantas, como los destinatarios de nuestra misión, son objeto de preocupación, ocupación y cuidado. No os agobiéis si se os marchitan. Eso también ocurre en los procesos educativos y, sobre todo, pastorales. Eso nos tiene que llevar a “orar sin desanimarnos” que nos ha recordado el evangelio, sobre todo por aquellos que se nos marchitan. Orar para que cuando venga el Hijo del hombre encuentre fe en la tierra y fe en nuestros corazones. Ya que es eso lo que tenemos que sembrar: semillas de fe.
Como dijo el Papa Francisco en la JMJ de Río: “Vayan, sin miedo, para servir”… así anunciaréis a Jesucristo y su Evangelio.