Domingo tercero de Adviento
La alegría de exigir la justicia y practicar la caridad
Tercer domingo de adviento, el domingo del regocijo, de la alegría desbordante. ¿Cómo regocijarnos, como alegrarnos, con la que está cayendo? Habrá que alumbrar la alegría en nuestras vidas personales y comunitarias, aunque seamos conscientes del sufrimiento, propio o ajeno, que nos acompaña.
Hay que agradecerle a la crisis que estamos sufriendo que nos ha ayudado a tomar
conciencia, a ser más conscientes, del mundo en el que vivimos. El mismo, absolutamente el mismo, en el que vivíamos hace ocho años, por ejemplo, pero del cual parece no éramos conscientes, tal vez porque no nos interesaba, para que no nos incomodase como lo hace ahora. Mejor mirar para otro lado.
La banca, ¿quién será esa señora?, no era menos usurera e inhumana de lo que es ahora, pero entonces parece que nos lo daba todo. Gracias a ella podíamos vivir “bien”. Curiosamente su rostro está más maquillado ahora, pretende engañarnos más ahora que lo que lo hacía antes, pero nadie protestaba. Nos “daba” dinero, y eso era lo importante. Ahora parece que son los que están ahogando a muchas pequeñas empresas, solventes en su producción y honestas en su gestión, al no concederles créditos para asegurar su liquidez.
¿Qué vamos a decir de los empresarios? Sí que nos soliviantaban algunos cuando, como nuevos faraones, nos decían que teníamos que trabajar más y cobrar menos. Entonces nos soliviantaban un poquito, porque queríamos creer que eran generadores de riqueza… ahora nos indignan porque algunos además de ser generadores de paro para los demás, lo han sido de riquezas inmorales, y tal vez ilegales, para ellos y las personas más cercanas a ellos. Ahora todos están bajo sospecha. También los que dejan parte de su vida por mantener los puestos de trabajo.
Los políticos: ¿qué decir de esos vende-patrias que se pliegan a los intereses del mercado, de las grandes multinacionales y de los lobby financieros? ¿Qué decir de ellos, corruptos entre los corruptos del mundo? Antes también lo eran, tal vez más. Lo sabíamos, tal vez mejor. Pero… había para todos. Su corrupción no tocaba mi bolsillo, aunque sí el del ayuntamiento, la diputación, el gobierno… pero como eso es de todos, que protesten los demás. Pero ahora no, ahora sabemos que cada euro embolsado fraudulentamente era un euro a descontar, sobre todo a los más desfavorecidos.
¿Y qué decir de los sindicalistas? Casta despistada, que no sabe si defender al trabajador o al parado, a la clase trabajadora en su conjunto o las prebendas de su organización, que también se ha beneficiado en tiempos de bonanza. Y en tiempos de crisis aplica sin ningún rubor la reforma laboral a sus trabajadores.
No se trata de buscar responsables de todo esto fuera de nosotros. Como adultos tenemos que asumir nuestro grado de responsabilidad (no digo culpabilidad). Si todo esto ha ocurrido ha sido, en parte, porque hemos querido y lo hemos consentido. Hemos preferido mirar para otro lado, al ser posible el lado en el que no se encontraban ni los empobrecidos de lejos ni los desfavorecidos de cerca. Así nos parecía si no perfecto, sí el mejor de los mundos posibles. Aquel mundo, el mejor posible, es éste, que, ahora, tan poco nos gusta.
La Iglesia no tiene un modelo económico propio, como tampoco tiene un modelo político propio. La Doctrina Social de la Iglesia no es la tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Lo cual no quiere decir que no tenga una palabra que decir. El Papa es bien claro en el mensaje que nos ha dirigido para el próximo 1 de enero, Día mundial de la paz: el capitalismo financiero no regulado es el responsable de la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres.
Positivamente hay que decir que sí que hay modelos económicos y sociales que en su aplicación se acercan más a los planteamientos evangélicos y a la enseñanza eclesial. Por ejemplo, y aprovechando que estamos celebrando su año internacional, el cooperativismo, con todas sus deficiencias, se ha mostrado como más justo en tiempo de bonanza, y menos dañino en tiempos de vacas flacas. En cualquier caso, más solidario en ambas situaciones. Eso es fundamental.
Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate conecta perfectamente con el evangelio de hoy. En el nº 6, el Papa diferencia perfectamente la justicia de la caridad, señalando como más evangélica a ésta, la caridad, teniendo que reivindicar siempre y en todo lugar aquélla, la justicia.
Cuando los diferentes grupos, representados por los publicanos y los militares, se le acercan a Juan para preguntarles qué deben hacer, la respuesta de Juan es clara: practicar la justicia, es decir, dar a cada uno lo que le corresponde (“no exijáis más de lo establecido”, “no hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”). Cuando al comienzo la gente, sus seguidores, le preguntan qué deben hacer, la respuesta de Juan ha ido más en la línea de la caridad: “el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”, Traducido a nuestra situación: el que tenga empleo que lo comparta (el mismo empleo o los bienes que proceden de tenerlo).
Esto que decía Juan el Bautista está en línea con lo que decía Jesús, pero hay una diferencia fundamental, mientras Juan Bautista iba con el hacha cortando las raíces de los árboles, Jesús estaba dispuesto a dar su vida.
A la luz del evangelio de hoy y en sintonía con el tercer domingo de adviento habría que decir que el júbilo, la alegría desbordante consiste en exigir la justicia y practicar la caridad.



























